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El bromista de fuego

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Mauricio se miraba dentro de su propio ataúd, le causaba tristeza ver su propia muerte, sentía consternación de estar ahí encerrado pero también diversión.

En el funeral estaban los que consideraba sus amigos, quienes no se imaginaban que estuviera vivo dentro. Había sido una de esas muertes trágicas. Se avisó que había sufrido un accidente en la carretera: su auto se estrelló en el muro de contención y había volado en mil pedazos.

Su mejor amigo Olaf fue quien dio las malas noticias a todos. Mencionó que del cuerpo sólo habían quedado sus restos calcinados. Esto causó una consternación a todos los que no querían imaginarse como había quedado el cuerpo. Muchos se acercaban al ataúd para mirarlo por última vez y despedirse, ya que siempre habían considerado a Mauricio como un verdadero amigo, algunos lloraban y contagiaban a otros. La atmósfera era de desolación.

Mauricio escuchaba pláticas de amigos que contaban con nostalgia sus experiencias que habían tenido con él. Escuchaba y de sus ojos corrieron lágrimas. Llegó un momento en que ya no podía soportar más y deseaba salir de su ataúd y gritar que estaba vivo, y se imaginaba a sus amigos alegres abrazándolo y disculpándose, de su broma pesada. Pero por otro lado creyó que era mejor permanecer firme en su desición de terminar su broma. Ya que solo se trataba de llamar su atención porque añoraba la fama que había tenido cuando era muy joven.

Sólo un momento más y todos estarían afuera, Mauricio escuchaba como la gente se despedía. Estaba más nervioso que nunca y quería terminar con lo que había empezado.

Se acercaron unos amigos a su ataúd para despedirse. Estuvieron mirando unos instantes en silencio. Dieron media vuelta, pero uno de ellos, tropezó con una vela, tirándola sobre la alfombra donde descansaba el ataúd, que en instantes se prendió. Muchos gritaron, asustados ante lo sucedido.

Olaf corrió hacia el fuego, que ya había invadido el sarcófago, y, con valentía, lo arrojó de una patada aventándolo al otro lado, después se precipitó para abrirlo. Para sorpresa de todos, Mauricio se paró con llamas que brotaban de sus prendas, avistándose como un ser de ultratumba que revivía del fuego, corriendo y gritando mientras su amigo Olaf le echaba agua de unos floreros.

DAVID MUNIVE

¿La forma sigue a la función, o la función sigue a la forma? | La rubia del camino

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